Remembranza
Es la historia de una boutique de vestiditos de niña, hace más de 20 años.
Una boutique que por extraño que parezca es atendida por una niña de 10: Marcela.
Ella es la tercer generación que construye historias con vestidos. Le corre en la sangre, lo siente en su corazón. Un vestido es mucho más que tela, un vestido puede llegar a ser parte de un sueño.
Otra niña entra a la tienda. Es una niña tímida, se le nota incluso triste. Viene detrás de sus padres quienes tienen la intención de alegrarle el día en la boutique. Han oído cosas sobre ese lugar y sobre las maravillosas personas que la atienden. Marcela la recibe con mucha emoción, porque para ella la visita de una cliente siempre es motivo de celebración. La chica se sonroja y baja la mirada. Marcela le queda viendo y entrecerrando los ojos con un gesto de perspicacia, le dice: “tengo justo algo para ti, ahora vuelvo!” . Marcela corre a sus vestidos y siente como el corazón le palpita, la piel se le enchina, está la respiración se agita. No sé, siempre le pasa eso. Por instantes todo su mundo gira alrededor de una niña y el vestido perfecto que resaltará todo en ella: su tono de piel, complexión, el cabello, la forma en que mira, cómo iluminarán los rayos del sol la pedrería, los detalles que harán de ella la mujer más radiante del universo. Porque por alguna razón sabe que la belleza tiene que ver más con la felicidad que irradías, la energía que transmites y la seguridad en ti misma. No es el color de tus ojos, ni el tono de tu piel, ni tus facciones, es tu personalidad la que te da la belleza y Marcela lo sabe...
Elige un vestido, y su corazón da un vuelco. Regresa con la tímida niña y se lo muestra, casi inmediatamente la toma de la mano y la guía a los probadores. La asiste en todo momento. Le pide que una vez puesto, salga pero cierre sus ojos. La niña abre la cortina, cierra los ojos y da un paso hacia afuera del vestidor. Marcela le pide que imagine su lugar favorito en el mundo, en una fiesta en su honor con toda la gente que la ama. A pesar de su introversión, la niña no puede evitar sonreir. Marcela le pide que gire y abra los ojos. Frente a ella, un gran espejo le devolvía el reflejo de una niña transformada de pies a cabeza. Pero no hablo del vestido, hablo de la expresión en su cara. Comenzó a ir de un lado a otro, miró a sus papás, los abrazó y de vuelta al espejo daba giros, tomaba la caída del vestidito con sus manos e imaginaba un vals.
Marcela disfrutaba mucho su trabajo, desde que más pequeña ayudaba a su madre y abuela en sus boutiques y desde que abrieron la suya, pero jamás había sentido una emoción como la de ese día.
Un par de horas después, su abuela la notó pensativa y sonriendo para sí misma. “Marce, demos un paseo”. Las dos se dirigieron a la plaza del pueblo hasta sentarse en el borde de la fuente central. Su abuela saco de sus ropas una pequeña piedra y se la dió.
Marcela la tomó sin entender lo que pasaba y con un gesto de curiosidad le dijo: “¿Qué hago con ella abuela?”. Y su abuela la miró con ternura y le dijo: “Siempre que sientas una emoción como hoy, de esas que te transportan a tu lugar favorito en el mundo, cuando sientas que no cabe más gozo en tu corazón, toma una piedra con tus manos, llévala a la altura de tu frente y piensa en algo que desees, puede ser algo que quieras que pase, para ti o para alguien que ames, y puedo decirte con certeza que se hará realidad” y entonces agregó: “No es lo que deseamos Marce, es cómo lo deseamos y con qué intención lo deseamos, recuérdalo siempre”.
Marcela siguió acudiendo a la fuente toda su vida y la llenó de intenciones lindas y generosas, y con historias con las que podrían llenarse las páginas de un libro. Al pasar el tiempo, la fuente se volvió un ícono que representaba la belleza verdadera y el cómo podemos conectar con ella y compartirla hacia todas direcciones.
La fuente representa ser hermosa, porque consideras que todo lo que está a tu alrededor lo es.
La fuente sigue siendo hoy el ícono que simboliza nuestros sueños y los sueños de todas nuestras clientas.